Se supone que yo ya no debería sentir algo, que no debería recordarte, que nada de ti debería afectarme. Y aquí estoy tiritando, sin ni siquiera poder pensar. Tanto tiempo y yo sigo sintiendo lo mismo, nada ha cambiado, nada. Me miento cada vez que le digo al mundo que ya no pienso en ti, porque lo hago y más a menudo de lo que imaginan.
Me duele tanto todo, aún, que ahora no puedo ni respirar y quisiera más que nunca mandarte lejos, pero no puedo, porque no quiero hacerlo, no quiero olvidarte. Quizás reconociéndolo se haga más fácil, quizás admitiendo que aún siento mariposas, que aún espero todos los días verte, que aún tengo esperanzas de que te arrepientas y que lucho por no hablarte, quizás sólo así pueda de una vez sacarte.
No quiero irme de ese lugar, de esos días, de ti, porque yo de verdad quise arriesgarme y si todo volviera a pasar ni siquiera dudaría en volver a poner todo en riesgo.
Estás tan grande que no eres mucho de lo que yo conocí, tan distinto.
Nunca fuimos parecidos, nuestros mundos eran demasiado distintos.
Y nunca quise quitarte eso, lo que eras, porque así fue como empezó.
Porque eres tú y detrás de la barba siempre lo serás, porque tu puta arrogancia jamás se irá,
porque por esa costumbre de mirar por encima de tu nariz, es que no me viste más.
Soy muy pequeña para alcanzar tu campo visual.
Y porque yo nunca fui la más grande, siempre lo fuiste tu.
(Y si en este momento me pidieras que me fuera a Italia contigo, lo haría)